Académico de Ciencias Morales y Políticas y catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid –antes de la Universidad de Granada, durante 24 años–, Julio Iglesias de Ussel ocupa un lugar destacado en el mundo intelectual español.
Doctor en Derecho, estudió en la Sorbona y en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, en París, como becario de la Fundación Juan March. Es autor de más de treinta libros y de más de un centenar de artículos y capítulos en disciplinas como la sociología del cambio social, de la educación, de la familia y de la vida cotidiana.
Fue secretario de Estado de Educación y Universidades (2000-2004) en el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Ha obtenido la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, entre otros múltiples reconocimientos.
R: Andalucía es un ejemplo del enorme cambio positivo que ha tenido España desde la Transición democrática. Estas transformaciones, naturalmente, por uno u otros motivos, no se han dado de igual manera en sus distintas fases, pero en un contexto general, el cambio político propició en España y también en Andalucía mejoras en todos los planos de la vida social. Por destacar algo en concreto, diría que Andalucía, especialmente a partir de las últimas elecciones, ha mejorado notablemente la proyección de su imagen exterior como una región con un gran potencial.
R: De entrada, el reto de la persistencia, pues cuando se ha emprendido una vía de aciertos hay que mantener el espíritu crítico y un ánimo reformista permanente para avanzar en la gestión pragmática de todos los asuntos que una sociedad precisa y requiere. El reto es ir implantando paulatinamente las reformas e innovaciones que en cada tiempo se hagan necesarias y no me refiero a ir aceleradamente hacia un fin objetivo, pero tampoco a quedarse el último. En el mundo moderno hace falta esforzarse por ser el primero. Ser el primero o al menos tratar de serlo, representa el triunfo y la innovación. Lo más grave es la parálisis, que conduce a las sociedades a la postergación, a la crisis y a la decadencia. En este sentido, hay que acometer las reformas que sean necesarias para liderar esa vanguardia, reflexivas y estableciendo prioridades, y Andalucía está en ese camino. Tiene muchos recursos e instrumentos– humanos, administrativos, medioambientales…– para pujar por ser una región líder.
R: No comparto la visión decadente e interesada sobre la decadencia de la familia. Hemos asistido, como en todas las épocas, a una enorme transformación de las familias, pero los valores que sustentan la institución siguen siendo muy consistentes, sobre todo, entre la juventud. Es llamativo que los jóvenes siguen valorando muy positivamente la calidad de sus relaciones parentales. Es un indicador que ha asimilado igualmente otros como una mayor permisividad, tolerancia, etc., pero sin que se hayan producido quiebras. Asimismo, se ha asimilado muy bien, sobre todo en los grupos de población más jóvenes, el progreso en el campo de la igualdad práctica entre hombres y mujeres, principalmente la equidad en el reparto de tareas y responsabilidades en el ámbito interno de las familias. En definitiva, creo que hay muchos indicadores que nos permiten afirmar que la familia sigue teniendo una gran consistencia en el siglo XXI, como la que ha tenido siempre a lo largo de la historia. Ha demostrado ser una institución con una capacidad de adaptación enorme.
R: En el pasado, no es que fuera un acto de egoísmo, pero la decisión de tener más o menos hijos tenía un componente de utilidad directa para los padres. Hoy día se sigue queriendo tener hijos, pero en un sentido totalmente distinto, aunque por circunstancias fundamentalmente ajenas a los deseos de los padres, como lo ponen de manifiesto las diferentes encuestas, se tienen menos, entre otras cuestiones, porque en España no ha habido nunca una verdadera política de familia. La necesaria incorporación de la mujer al mercado de trabajo ha generado un problema objetivo que hay que resolver con mejores servicios sociales. La pandemia ha venido a agravar muchos temas, empezando por los horarios disparatados que tenemos en España en relación con otros países. El principal reto, sin duda, es organizar la sociedad colectivamente para que sea posible una vida de calidad y de armonización de derechos tan heterogéneos como el derecho a la vida, a las obligaciones profesionales, al tiempo libre, etc.
R: La pandemia ha traído consigo múltiples cambios a nivel macrosocial, empezando por el entrenamiento y extensión, y también quizá permanencia, aunque atenuada, del trabajo online. Es un hecho que ha propiciado un cambio sustancial de nuestros estilos de vida. Pero más allá de la organización del trabajo y de la reorganización de la vida doméstica –se ha convivido más y de esa convivencia han surgido nuevos aprendizajes–, en otros ámbitos no creo que los cambios hayan sido radicales. Quizá, a consecuencia del Covid, de una sociedad tan segura de sí misma, tan confiada en la fortaleza de la Ciencia y el conocimiento, se haya reflexionado y madurado sobre la evanescencia de nuestras propias seguridades y que la vida colectiva a veces depende de azares…
R: No dudo que tendremos que afrontar graves consecuencias de tipo económico, laboral y en relación con nuestro bienestar en general, como en cualquier sociedad europea. Desgraciadamente, en España tenemos unas políticas demasiado cortoplacistas y sería necesario favorecer reflexiones más pragmáticas y realistas en la gobernación de nuestros intereses como país, políticas menos mediadas por principios ideológicos, sino que presten una necesaria atención y respuesta a la problemática social que vivimos, como en lo referente a la escalada de precios, que está arruinando a sectores empresariales y acuciando problemas como el paro, que son difíciles y lentamente recuperables.
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