A las cuatro y media de la tarde del 10 de octubre de 1904 una bala atravesaba el corazón de Rafael de León y Primo de Rivera, marqués de Pickman. Su cuerpo sin vida quedó tirado en el suelo con los brazos en cruz en la Hacienda del Rosario, ubicada a poco más de cuatro kilómetros de Sevilla. El marqués falleció en un duelo a pistola a manos de un capitán de la Guardia Civil, poco más de treinta años después de la última muerte constatada en un lance de estas características acaecido en la Península Ibérica: nada menos que el que se llevó por delante a Enrique de Borbón, muerto de un disparo efectuado por el duque de Montpensier.
La muerte del marqués (consorte) de Pickman, diputado del Partido Liberal, conmocionó a la opinión pública de principios del siglo pasado. Su cortejo fúnebre aglutinó a miles de sevillanos – entre 50.000 y 60.000 personas y unos 300 carruajes, según la prensa de la época – de la más diversa extracción social. Ninguno de ellos pudo siquiera imaginar los extraordinarios hechos que ocurrirían durante el sepelio: los obreros de La Cartuja se amotinaron contra la prohibición del cardenal Spínola de inhumar su cadáver en tierra sagrada, ya que la Iglesia Católica dictaba la excomunión y privación de sepultura católica a quienes morían impenitentes en el campo del honor. Contraviniendo la orden, y ante la sorpresa de los familiares y amigos del marqués, enterraron el cadáver a la fuerza en el panteón familiar del cementerio de San Fernando. Pero aquella misma madrugada, con nocturnidad y alevosía, una cuadrilla de policías municipales, siguiendo las órdenes de la Iglesia, desenterró su cadáver y lo llevó al cementerio civil, a la sazón poco más que una parcela húmeda separada por un muro del camposanto y conocido como el “cementerio de disidentes”.
No contento con esta acción, cuatro días más tarde, el propio Monseñor Spínola, escoltado por buena parte del cabildo catedralicio hispalense, acudía al cementerio de San Fernando para bendecir la tierra que había tocado el “cadáver indigno” de Rafael de León. Al mismo tiempo, su viuda, María de las Cuevas Pickman, pagaba todas las misas que dieran en una jornada los monjes de San Buenaventura tratando de salvar el alma de su difunto marido.
De este modo, si en vida el marqués de Pickman ya había sido pasto de rumores, sátiras e informaciones varias en la prensa sevillana, muerto dio aún mucho más que hablar. Su duelo y su doble inhumación conmovieron a la opinión pública, movilizaron a los periódicos nacionales y locales de ideología clerical y progresista, agitaron a los partidos políticos y al Parlamento, comprometieron al Gobierno y pusieron al Ejército y a la Guardia Civil en pie de guerra.
‘Duelo a muerte en Sevilla. Una historia española del novecientos’
Ediciones del Viento, en colaboración con el Centro de Estudios Andaluces, publican ‘Duelo a muerte en Sevilla. Una historia española del novecientos’: la historia de un marqués manirroto, señorito y sibarita, una marquesa bastarda, un militar galante, un duelo mortal, un arzobispo implacable y un cadáver insepulto; una historia coral en la que el honor, las relaciones entre patronos y trabajadores y el complicado equilibrio entre Iglesia y Estado tienen un papel protagonista. Una historia que, como señala el autor de esta nueva obra, el historiador Miguel Martorell Linares, es “absolutamente real en cada uno de sus extremos” a pesar de parecer extraída “de una relato fantástico o de una mente febril”.
Además de recuperar la vida del marqués de Pickman y de la fábrica de loza del mismo nombre fundada dos generaciones antes, el libro traza un estupendo retrato de la idiosincrasia de los años que marcan el cambio de siglo respondiendo, merced a la consulta de una amplia selección de fuentes bibliográficas, hemerográficas y documentación original, a preguntas como: ¿Por qué dos hombres se jugaron la vida pistola en mano? ¿Eran los duelos una práctica común en 1900? ¿Quiénes integraban la comunidad de duelistas? ¿Podía la Iglesia en aquellos años prohibir el sepelio de un cristiano en el cementerio? ¿Qué autoridad tenía el clero sobre las prácticas funerarias? ¿Qué se infiere de estos hechos sobre las relaciones entre la Iglesia, el Estado y la sociedad? ¿Era habitual que el ejército impusiera su voluntad al gobierno e impidiera, como marcaba la ley, que la justicia condenara al oficial que mató en un lance al marqués de Pickman?
Rafael de León y Primo de Rivera, descendiente de dos héroes militares y portador de dos apellidos de prestigio, se casó en 1900 con María de las Cuevas Pickman y Gutiérrez, hija bastarda y más tarde reconocida del segundo marqués de Pickman con una obrera de La Cartuja de Sevilla, que heredó el título y la co-propiedad de la fábrica a la muerte de su padre. Su boda obtuvo el beneplácito nada menos que de la exreina Isabel II, quien aceptó ejercer de madrina de su boda desde su exilio dorado en París. Lejos de ocuparse del próspero negocio familiar de la loza, Rafael, hombre manirroto, excesivo y tarambana, montó una empresa de alquiler de carruajes de lujo que llevó a la ruina al matrimonio. Su tren de vida – con largas vacaciones de más de seis meses de duración repartidas entre San Sebastián, París y Madrid – así como su ruinoso negocio, le llevaron a solicitar varios préstamos a través su amigo, el capitán cordobés de la guardia civil Vicente Paredes.
Al parecer, en un momento dado, dicho capitán pretendió a la marquesa, por lo que el enterarse, Pickman abofeteó a Paredes en público, acción que marcó un punto de no retorno al cometerse ante un nutrido público en el que se encontraba el capitán general de Andalucía, Agustín Luque y Coca, quien tomó nota de la imperdonable ofensa que suponía que un civil hubiese abofeteado a un militar de uniforme “delante de toda Sevilla”.
Hubo duelo, a pistola, en condiciones extremas, en las afueras de Sevilla. Murió el marqués de un tiro en el corazón y la Iglesia, respaldada por el Estado, prohibió que su cadáver se inhumara en el Cementerio de San Fernando. Mitad tragedia, mitad sainete, la vida y la muerte del marqués de Pikman forman parte de una sociedad en proceso de cambio en la que la aristocracia y la Iglesia seguían tratando de marcar su territorio a pesar de los numerosos cambios que se les venían encima: emergencia del movimiento obrero, nacimiento de la democracia, republicanismo, nuevos métodos educativos, etc.
El autor
Miguel Martorell Linares es profesor titular de Historia Política y Social en el departamento de Historia Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Licenciado en Geografía e Historia, y doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, completó esta formación multidisciplinar como doctorando de Francisco Comín, catedrático de historia de las instituciones económicas en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Alcalá de Henares.
A lo largo de su carrera ha simultaneado las investigaciones sobre historia económica e historia política de la España contemporánea. En el año 2000 publicó ‘El santo temor al déficit. Política y Hacienda en la Restauración’ (Alianza Editorial, 2000), trabajo de investigación que combina la historia de la hacienda pública entre 1875 y 1923, con la historia parlamentaria del mismo período. En 2001 publicó ‘Historia de la peseta. España contemporánea a través de su moneda’ (Planeta). Entre sus últimos libros figuran ‘José Sánchez Guerra. Un hombre de honor (1859-1935)’ (Marcial Pons, 2011), ‘Manual de Historia Política y Social de España (1808-2011)’, escrito junto a Santos Juliá (RBA-UNED, 2012) y ‘La Hacienda Pública en el Franquismo. La guerra y la autarquía (1936-1959)’, escrito con Francisco Comín (Instituto de Estudios Fiscales, 2011).
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