Pestilencia, plaga, morbo, mal endémico, azote, calamidad, peste, carbunco, guadaña de la muerte, insaciable vampiro, mortífero huésped… la variedad de denominaciones con los que las fuentes históricas han recogido los embates de las epidemias son solo una prueba más de la persistencia y variabilidad de formas que esta dramática realidad ha tenido a lo largo de nuestra historia. Tanto ha sido así que, a decir de los expertos en salud pública, lo normal es convivir con estos azotes y lo excepcional ha resultado que en los últimos cincuenta años hayamos vivido sin sufrir los estragos de las pandemias.
Desde los primeros embates de la llamada peste de Justiniano (siglos VI y VIII), los andaluces se acostumbraron a las oleadas periódicas de brotes pandémicos que, con mayor o menor virulencia, afectaron a todos los pueblos de la región. La inseguridad ante este enemigo invisible y letal terminó condicionando la vida cotidiana de las personas, las políticas públicas y las creencias religiosas. Hoy como ayer, mayoritariamente los habitantes de las ciudades se vieron sometidos a encierros y cuarentenas forzosas mientras el comercio sufría severas limitaciones y los responsables médicos trataban de acotar las causas y los efectos de las epidemias.
Así lo recoge el último número de la revista Andalucía en la Historia, cuyo dosier central, coordinado por el Profesor Titular de Historia de la Ciencia de la Universidad de Granada, Mikel Astrain, se centra en cómo entendieron y asimilaron los andaluces los efectos de estas enfermedades -peste, viruela, fiebre amarilla, cólera, gripe española…- a lo largo de la historia y en cómo se organizaron para combatirla.
Con la presencia de ocho especialistas -Carmen Caballero Navas, Guillermo Olagüe de Ros, Mike Astrain y Esteban Rodríguez Ocaña, de la Universidad de Granada; Juan Ignacio Carmona, de la Universidad de Sevilla; María Soledad Gómez Navarro, de la Universidad de Córdoba; Manuel Amezcua, de la Universidad Católica de Murcia, y María Isabel Porras Gallo, de la Universidad de Castilla La Mancha- este monográfico pone sobre la mesa algunos de los elementos comunes a todas las epidemias: retraso en la admisión de la pandemia en un intento de evitar el impacto económico y social de la misma; discordancia entre las posiciones municipales y gubernativas; confinamientos y establecimiento de cordones sanitarios; medidas de atención sanitaria y también de confortación de las almas; entierros convertidos en un problema social, huida de quienes tenían medios económicos a lugares más seguros, etc.
Las epidemias no venían solas. En el Antiguo Régimen, y también en los siglos XIX y XX, solían estar precedidas o acompañadas por guerras, catástrofes naturales y/o crisis de subsistencia, de tal modo que el número de víctimas se multiplicaba: la peste de 1649 de Sevilla acabó con la vida de 60.000 personas, casi la mitad de su población; la misma cifra de muertos que en el año 1800 sumó solo en las ciudades de Cádiz y Sevilla un primer brote de fiebre amarilla (después vendían varios más). Más de un siglo después, durante la llamada Gran Guerra, la mal llamada gripe española de 1918-1919 sumó más víctimas que las dos contiendas mundiales juntas: entre 50 y 100 millones, de las cuales 56.000 fueron andaluzas. Y antes, entre 1833 y 1885, el cólera coexistió en numerosas oleadas con graves tensiones sociales (guerras, insurrecciones, hambrunas, migraciones y terremotos) sumando millares de víctimas. Así, en 1855 la mitad de la población de Granada se contagió de la enfermedad.
Gracias al estudio de las fuentes documentales, bibliográficas y hemerográficas estos investigadores reconstruyen qué medidas se adoptaron y a qué sacrificios fue sometida la población, sin olvidar que, una vez más, fueron las personas con menores recursos económicos quienes se llevaron la peor parte de las plagas. Y es que a lo largo de nuestra historia, si bien las epidemias han puesto de relieve notables esfuerzos de compromiso y solidaridad, también han evidenciado que la muerte además de ser masiva era selectiva asediando más a quien menos tenía.
90 años de la Segunda República
Con ocasión del 90 aniversario del advenimiento de la Segunda República, la revista Andalucía en la Historia incluye un especial – con artículos de los profesores Leandro Álvarez Rey de la Universidad de Sevilla y Rubén Pérez Trujillano, de la UNIR- que explica cómo las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 se convirtieron en plebiscitarias alumbrando, de este modo y sin mediar pronunciamientos o guerras civiles, en el primer régimen plenamente democrático de nuestro pasado.
Asimismo, la revista publica diversos artículos dedicados al estudio de la paleobasura como fuente histórica de enorme interés para conocer nuestro pasado (por Eloísa Bernáldez, del IAPH); el Ianus Augustus de Mengíbar que marcaba el inicio de la Vía Augusta por la Bética (por Juan Pedro Bellón, de UAEN); la vida del predicador Hernando de Vargas (por José Alabau, del IDEC); el escultor barroco Pedro de Mena (por José Luis Romero, de la Consejería de Cultura); las fortalezas de Vauban (por Carlos A. Font, del AGA); la distribución de Biblias protestantes en la Andalucía del siglo XIX (por Pedro Rueda, de la UB, y Doris Moreno, de la UAB); los hermanos Bécquer ante el 150 aniversario de su muerte (por Eva Díaz Pérez, del CAL) y la olvidad actriz Porfiria Sánchiz (por el periodista Juan Carlos Palma).
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