No hay ya necesidad en nuestros días de justificar en los medios académicos el tratamiento historiográfico de una problemática actual. La historia del presente se ocupa de aquellos hechos que, en el momento de suceder, se convierten en pasado y, por lo tanto, en objeto de análisis para el historiador. Así lo vio con su gran sensibilidad el poeta japonés Issa Kobayashi en un memorable haiku: “Crepúsculo de cerezos/ También hoy se ha convertido/ en pasado”. Ese pretérito todavía imperfecto se ha hecho más materia histórica desde el momento en que la Historia se ha aproximado a los métodos de las restantes Ciencias Sociales y en cuanto las Ciencias Sociales han necesitado de una densidad temporal para poder analizar con corrección sus objetos.
Esta reflexión viene a cuento de la historia de la Radio. Nadie se rasga las vestiduras porque se tenga en consideración una serie de hechos que se están produciendo hoy día, que se hable de la situación de la radiodifusión en la Andalucía del siglo XXI. Incluso sin necesidad de recordar que, además, la Radio nació en Andalucía —y aun prescindiendo de la actuación previa de los grupos de radioaficionados que experimentaron las posibilidades de la nueva técnica— en el verano de 1924, lo que le otorga un papel de precursora, aunque oficialmente se considere a ‘Radio Barcelona’ (EAJ-1) la primera emisora comercial española, por delante de ‘Radio Club Sevillano’ (4XX y luego EAJ-5), que ostenta la primacía cronológica en nuestra región.
Además, no puede dudarse de que la Radio forma parte indisoluble de la memoria colectiva de los andaluces, aunque nos ciñamos, por falta de espacio, a dos únicos ejemplos. Así, en los escritos sobre la historia de este medio en Andalucía surge frecuentemente la referencia a su utilización durante la Guerra Civil por Queipo de Llano. Y, en efecto, aquella generación no podrá olvidar las emisiones del militar golpista, llenas de chulescas bravatas, insultos obscenos y feroces amenazas, salpicadas de groseras chocarrerías y vertidas en un lenguaje soez y chabacano para histérico regocijo de señoritos cortijeros y de señoronas de comunión diaria, que hicieron pensar a Gerald Brenan en el discurso de un sádico y cuyos ingredientes merecieron la siguiente descripción del escritor Manuel Barrios: “El placer de la represalia, la recreada publicidad del terror, la gozosa desproporción entre el supuesto delito y el castigo, la aceptación insolente de las más negras responsabilidades, todo ello unido al desprecio absoluto hacia el enemigo, abundantes dosis de humor negro, chismografía de corral, aplomo en la mentira y elemental halago de mimbres populacheros”. La siguiente generación también vivió radiofónicamente. Una vez, Vázquez Montalbán dijo que si le extirparan la Radio, le extirparían la memoria. ¿Qué niño sevillano de los cincuenta puede reconstruir su vida sin los programas de Rafael Santisteban o a las aventuras del mago Tranlarán en la voz de Agustín Embuena?
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